CENFERENCIA

domingo, 13 de abril de 2014

MIÉCOLES SANTO


Muchas cosas han cambiado en Alicante pero aún queda en ella un olor especial, un calor especial que es el olor y el calor de sus tradiciones y, entre ellas, su Semana Santa, que poco a poco, con esfuerzo y sacrificio se ha mantenido y lucha por crecer.

Y de todo eso vengo a hablar. De lo de dentro y de lo de fuera, de la fe y del amor. De espectadores que vibrarán al unísono cuando la Semana Santa llegue.

Quiero hablar de la parte viva que la Semana Santa de Alicante tiene por sus calles. De un Alicante nacido a los pies de la “Cara del Moro”. De un Alicante que mantiene su su identidad y sus raíces en el mismo corazón de la ciudad.

Quiero hablar de un río de tres brazos que corriendo paralelamente, hace posible, año tras año, este milagro.

Es un río hermoso que discurre por las enjutas y angostas calles de Santa Cruz. En medio, los tronos; a la izquierda y a la derecha de ellos, el pueblo llano. El pueblo que mira a los nazarenos y a los tronos; los nazarenos que ven los tronos y al pueblo, y los tronos -¿por qué no?- que ven a los nazarenos y al pueblo de pie, al pueblo llano, al que llora, y reza. Tres brazos de un río increíble que hace posible la Semana Santa alicantina.

Porque son ellos los que hacen que estos días sea una Semana de fuerzas, de fervor y de amor.

Según se van acercando las fechas, se nota un frenético ir y venir de cofrades. Hay que tenerlo todo a punto, hay que esmerarse este año más que el pasado y, el que viene, más que este.

Los miembros de la Hermandad trasnochan, trabajan, para tenerlo todo a punto. Los sábados se suceden en un constante trabajo. Los hachones, estandartes, faroles, son sacados de sus estancias, se limpian, se abrillantan.

Las vestas, los capirotes, van saliendo de los armarios después de un año, de muchos meses, para planchar, retocar y hacer brillar las ropas, los zapatos; todo ello es como un rito, un rito que va pasando de padres a hijos.

Esta es la historia, la historia viva de hoy que mañana será ayer. La historia de un Alicante insólito, casi oculto, de pequeñas casas pulcras con fachadas coloristas y macetas de geranios por doquier. Historias de un Alicante y de un barrio de Santa Cruz con vestigios árabes en sus calles.

Es la historia de procesiones nacidas en 1600. De su máximo esplendor en el XVIII.

El súbito retroceso sufrido en 1932 provocado por la prohibición de cualquier manifestación religiosa en toda España y por tanto, de las procesiones de Semana Santa. Después, 1936, año que más tuvo de guerra que de paz, más de odio que de amor. De las procesiones que volvieron en 1939. Había mucho por hacer.

Santa Cuz es la visión, hecha realidad, de aquel que pudo imaginarse en todo su esplendor la bajada, por su empinadas calles y escalinatas, de un Descendimiento que fue encargado al maestro Antonio Castillo Lastrucci. Fue Don Tomás Valcarcel Deza quien imagino como sería. Imagino un descendimiento desde la Ermita, bajando por sus calles y desembocando en el corazón de Alicante.

El Barrio de Santa Cruz acoge en su interior a la Ermita de Santa Cruz, cuyo origen se remonta al siglo XVIII.  Dentro se encuentra el conjunto escultórico del Descendimiento. El primero que procesionó, que fue completándose, poco a poco, con el paso de los años y que culminó Don Jesús Méndez Lastrucci, bisnieto de Castillo. A este Conjunto se uniría la obra de Ortega Bru, El Cristo de la Fe (1964).

La Hermandad constituye un signo de identificación del barrio. Con el paso de los años, el sueño se hizo realidad, se hace realidad. A vista de pájaro, desde la Ermita de Santa Cruz hasta la Concatedral de San Nicolás, cada miércoles santo, se visualiza un una corriente, una marea de luces, gentes, que acompaña las imágenes de bajan a la ciudad para recibir el reconocimiento a todo un año de trabajo, de ilusiones y esfuerzos. Es todo un Barrio que se muestra, tal y como es, al resto de la ciudad.

Pero ya es hoy, mejor dicho, ya es mañana. Ya hay que hablar sólo de la procesion de 2014. Ya hay que pregonar no lo que fueron ayer, sino lo que serán en el futuro próximo, cuando los calendarios nos avisen que la Semana Santa ha llegado a nuestras calles y a nuestros corazones.

Que bien está la mirada al pasado porque todos somos hijos de un pasado y porque ¡ay del que olvide el pasado porque no tendrá ni presente ni futuro!, que bien está beber un poco del ayer usándolo como trampolín para el mañana.

Ya estamos en él. Y estamos en una Semana Santa más. Una Semana Santa que, como las otras, levantará el mejor de los fervores. Una Semana Santa que está a la vuelta de la esquina, dando cita a quienes quieran gozar de ella e invitando a las golondrinas de una incipiente primavera, para que hasta ellas llegue el acontecimiento más grande, más trascendente que ha visto los siglos después de la creación: La Redención del mundo a través de la muerte y resurrección de Cristo.

Y al centro de la vida de la ciudad, llegará, la procesión de Santa Cruz, una Hermandad de todo un Barrio, que arropa 4 pasos que llaman a rezar y a meditar, que la prepararán a una Buena Muerte.

Nos separan pocos días para el gran drama y, Santa Cruz teje su corona de espinas que entrega a María. La Madre empieza su andadura.

Madre e hijo van abocados a encontrarse, van abocados a verse. Momento para confrontar la fe y el amor de un Pueblo como este, repleto de duelos entre moros y cristianos, de competiciones deportivas, de alegría y música, que se abre y se cierra a la vez para ver el dolor de una Madre y para saber del dolor de un Hijo.

Un dolor más… y ya son siete. La profecía del viejo Simeón se ha cumplido. ¡Ya no hay más que su dolor y sus espadas!

Ahí están abuelos, padres e hijos; la historia de su vida se cuenta por siglos.

Por las calles de Diputado Auset, san Antonio, san Rafael suena un murmullo de rezos, Vivas, aplausos y el repentino canto de una Saeta. Es la gente que pasa y se para, mira y dice: -“mirad y decid, si hay dolor como su dolor”-.

Y ante la Mare de Déu dels Dolors, Santa Cruz canta al dolor, acompaña en su dolor a Ella.

Siete dolores tuvo la que nos trajo la salvación plena. Siete dolores de parto para darnos la vida nueva.

Dios no tiene otras manos que las nuestras para aliviar el sufrimiento de nuestros días. Cristo doliente, desnudo de trabajo, de salud o de libertad. El Cristo identificado con los vencidos de la historia, con los ancianos castigados por la crueldad del olvido y la insensibilidad de los demás.

Ya está Cristo sólo porque nadie, ni siquiera las golondrinas dormidas en esta tarde luminosa de Miércoles Santo, están aquí.

Y amanece, y llega la hora nona, las tres de la tarde.

Sólo María alza sus manos al cielo porque no quiere ni tocar el cuerpo frío de su Hijo. Está sorprendida de tanto dolor. Está asustada por el peso del cuerpo inerte de Cristo. Casi ni se atreve a mirarle.

Así debió ser el Gólgota cuando Cristo fue descendido. Sólo ella y la cruz como signo de contradicción.

Cristo está en el sepulcro sin estrenar. Manos piadosas le ungieron y le lavaron.

Bajo los cielos de Palestina los murmullos van y vienen.

Se rompió de arriba abajo el velo del Templo, tembló la tierra.

Van y vienen mientras por vuestras calles pasa el grito del Cristo Gitano. Ahora sí que todo está consumado.

Mirar su cara es envidiar a Ortega Bru y ansiar unas manos capaces de crear tanta belleza.



No me mueve, mi Dios, para quererte

el cielo que me tienes prometido,

ni me mueve el infierno tan temido,

para dejar por eso de ofenderte.


Tú me mueves, Señor; muéveme al verte

clavado en una cruz y escarnecido;

muéveme ver tu cuerpo tan herido,

muéveme tus afrentas y tu muerte.


Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,

que aunque no hubiera cielo, yo te amara,

Y aunque no hubiera infierno, te temiera.

no me tienes que dar porque te quiera,

pues aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.”


Si la Cara del Moro hablase. callaría para respetar el llanto de la Dolorosa. Le quitaron el Hijo, le han dejado a cambio la soledad. Está sola, auténticamente sola… y pasea por Alicante sola, y por las calles de Alicante llora sola…

Importante fue Betlhem. Importante fue que Cristo muriera. Pero muchos hombres murieron, y siguen muriendo, con dolores parecidos. Lo importante, lo realmente importante, es que Jesús después de muerto, resucitara. Porque nada sería lo que es nada tendría la gloria que hoy tiene si Cristo Jesús no hubiera resucitado.

Y el Domingo de Pascua, la ciudad de Alicante y todo el orbe cristiano se llenará de gozo y alegría. Y habrá un grito de Aleluya en el aire de una Ciudad que, desde hace ocho días está enlutada, triste, rezando y meditando.

Y tras romper la aurora, es Pascua, nos vamos de mona y prepararemos la Semana Santa para el año que viene.

Y en el corazón de todos quedará una pequeña vela encendida de amor. Y en el corazón de cada mujer y de cada hombre que hayan visto la Procesión de Santa Cruz, quedará un reguero de amor a la vida que no se olvidará jamás porque habrá visto el rostro humano de Cristo, los ojos mismos que vieron enfermos y novios felices el día de su boda en Canaán; los mismos labios que besaron a María su Madre y a los niños y pronunciaron hermosas palabras tales como: dichosos los pobres, los que sufren, los pacificadores…porque habrán visto el rostro de un condenado a muerte que refleja todos los rostros humanos más desfigurados, aquellos donde apenas puede verse traza alguna de humanidad.

Los más débiles, los marginados, los enfermos y desvalidos son hoy la Santa Faz de Jesús, la auténtica y verdadera identidad de una sociedad que intenta recuperar los verdaderos valores de Justicia, Igualdad, Solidaridad.

La Semana Santa ha terminado. Los que marcharon en busca de descanso volverán y, aquellos que quisieron participar de nuestra Semana Santa, regresarán a sus casas. Y Santa Cruz volverá a su vida de siempre, volverá a vivir y a soñar.

Nada nuevo dije, nada nuevo enseñé. Solo quise traer aquí mi amor de nazareno, para ofrecerles lo mejor que tengo. Sólo quise ofrecerles el pan de la amistad, el vino de la alegría, el dolor de Cristo y las lágrimas de María.

Decirles que un día recordarán que vieron su propia Semana Santa, que participaron de la misma. Que un día, por haber caminado junto al Gitano, el Criso de la Fe, puedan sentirse un poco mejores.

¡Ah!...¡Sí!..., se me olvidaba. En los tiempos de la duda y de las desilusiones; de la tecnología triunfante de Internet y de la espiritualidad decreciente, Dios mantenga en el Barrio de Santa Cruz la devoción a la Pasión y al sacrificio de Aquel Hijo de pobre carpintero que vino a la vida en pañales humildes para luego ofrecerla –por amor de los hombres- pendiente también de unos troncos de sencilla madera…

Por el barrio desfilaron los tronos, sobre el cielo volaron golondrinas y, sobre los tronos, sobre los nazarenos, los músicos, los tambores y cornetas, sobre el canto de la saeta, sobre los que creen y sobre los que no creen e incluso sobre Benacantil, está algo muy importante. Y sobre vosotros y sobre todos nosotros…DIOS.

¡Ahora sí que deben sonar interiores clarines de convocatoria y alerta!

¡Vecinos de Santa Cruz; viajeros que llegáis por unas horas a ser huéspedes de esta ciudad; gentes de toda condición, joven o madura, rica o pobre, alegre o dolorida…!

¡Escolteu!... En el nom de Déu i de la segua Santíssima Faç Divina, i de Santa Maria, de Sant Joan Baptiste i dels Senyors Sant Nicolau i Sant Roc, patróns de Alacant, faig saber:

Que s’acosta, solemme, desitjada, miraculosa, la Setmana Santa que congrega en carrers i places, en avingudes i passejos el sentiment d’este noble Barri de la Santa Creu.

En ella lucen sus honestas galas cosas tan simples como la cera que fabrican con flor sencilla, las abejas; como la seda que hilan gusanos insignificantes entre las verdes hojas; como el incienso en mínimas ascuas al compás pendular de la liturgia. Como la madera que de la sencillez de los pinares callados, pasa a trocarse en expresión divina, en amargura maternal, de esta Semana Santa del dolor sereno: de la fe auténtica del pueblo.

…Arriba, las estrellas, limpias, claras, como joyas heladas en el azul nocturno. Y, abajo, la propia Ciudad de Alicante hecha luz de estrellas reverentes; de luces parpadeantes para acompañar el lento avance de sus imágenes sagradas, reflejándose en las aguas del Postiguet, como jamás maestro alguno podrá plasmarlo en un lienzo, pues sus aguas por aquí se remansan para observar la Cara del Moro que señala el camino del cielo. Y entonces, solamente entonces, entonará el canto tradicional, hecho canto de Paz por el mismísimo Pau Casals:


No és hivern ni és estiu,

Sinó què és primavera.

Vençuda n’és la mort

Ja néix la vida mia.

Emilio Coloma Aracil

AHORA HACE 100 AÑOS

AHORA HACE 100 AÑOS
 
El 19 de Abril de 1914, en la calle Viriato, número 1, a las 13,00 hrs., bajo la atenta mirada de la "Cara del Moro", segundo Domingo de Pascua, cuatro días antes de la Romería de la Santa Faz, un niño nació en nuestra ciudad de Alicante, al que se puso por nombre FRANCISCO.
FRANCISCO CASTELLÓ ALEU.
 
 
 
 



 
 
 
Francisco, hijo de José Castelló Salue y Teresa Aleu Andreu. Sus hermanas Teresa y María.
 
 
Fue Bautizado el 1 de Mayo de 1914, en la Parroquia de Santa María.
La alegría de la familia se vio entristecida poco tiempo después. El 8 de Junio, a las 18,00 hrs., fallecía su padre, José Castelló.
 
Fue enterrado en el antiguo cementerio de Alicante y, sus restos descansan en la cripta que se encuentra en el pasillo central de la Parroquia de San Blas, levantada sobre el espacio que ocupaba el camposanto.
 
 
 
A la ciudad de Alicante le queda el orgullo de tener a uno de sus hijos en los Altares y la presencia en nuestra tierra de quien le dio la vida, vino a trabajar a nuestra ciudad instalando el alumbrado eléctrico público y descansa en esta tierra como testimonio de una familia sencilla que ha dado, para nuestra ciudad y para la Iglesia, un testimonio de fe y santidad en la persona de Francisco.
 
Hoy a los Cien Años de su NACIMIENTO este testimonio de agradecimiento y de ruego para que siga recordando y ayudando a esta ciudad, tal y como dijo en sus últimas palabras que nos dejo escritas en la carta en que se despedía de sus hermanas: "...a los de Alicante...a todos mis recuerdos".