Muchas
cosas han cambiado en Alicante pero aún queda en ella un olor
especial, un calor especial que es el olor y el calor de sus
tradiciones y, entre ellas, su Semana Santa, que poco a poco, con
esfuerzo y sacrificio se ha mantenido y lucha por crecer.
Y
de todo eso vengo a hablar. De lo de dentro y de lo de fuera, de la
fe y del amor. De espectadores que vibrarán al unísono cuando la
Semana Santa llegue.
Quiero
hablar de la parte viva que la Semana Santa de Alicante tiene por sus
calles. De un Alicante nacido a los pies de la “Cara del Moro”.
De un Alicante que mantiene su su identidad y sus raíces en el mismo
corazón de la ciudad.
Quiero
hablar de un río de tres brazos que corriendo paralelamente, hace
posible, año tras año, este milagro.
Es
un río hermoso que discurre por las enjutas y angostas calles de
Santa Cruz. En medio, los tronos; a la izquierda y a la derecha de
ellos, el pueblo llano. El pueblo que mira a los nazarenos y a los
tronos; los nazarenos que ven los tronos y al pueblo, y los tronos
-¿por qué no?- que ven a los nazarenos y al pueblo de pie, al
pueblo llano, al que llora, y reza. Tres brazos de un río increíble
que hace posible la Semana Santa alicantina.
Porque
son ellos los que hacen que estos días sea una Semana de fuerzas, de
fervor y de amor.
Según
se van acercando las fechas, se nota un frenético ir y venir de
cofrades. Hay que tenerlo todo a punto, hay que esmerarse este año
más que el pasado y, el que viene, más que este.
Los
miembros de la Hermandad trasnochan, trabajan, para tenerlo todo a
punto. Los sábados se suceden en un constante trabajo. Los hachones,
estandartes, faroles, son sacados de sus estancias, se limpian, se
abrillantan.
Las
vestas, los capirotes, van saliendo de los armarios después de un
año, de muchos meses, para planchar, retocar y hacer brillar las
ropas, los zapatos; todo ello es como un rito, un rito que va pasando
de padres a hijos.
Esta
es la historia, la historia viva de hoy que mañana será ayer. La
historia de un Alicante insólito, casi oculto, de pequeñas casas
pulcras con fachadas coloristas y macetas de geranios por doquier.
Historias de un Alicante y de un barrio de Santa Cruz con vestigios
árabes en sus calles.
Es
la historia de procesiones nacidas en 1600. De su máximo esplendor
en el XVIII.
El
súbito retroceso sufrido en 1932 provocado por la prohibición de
cualquier manifestación religiosa en toda España y por tanto, de
las procesiones de Semana Santa. Después, 1936, año que más tuvo
de guerra que de paz, más de odio que de amor. De las procesiones
que volvieron en 1939. Había mucho por hacer.
Santa
Cuz es la visión, hecha realidad, de aquel que pudo imaginarse en
todo su esplendor la bajada, por su empinadas calles y escalinatas,
de un Descendimiento que fue encargado al maestro Antonio
Castillo
Lastrucci. Fue Don Tomás Valcarcel Deza quien imagino como sería.
Imagino un descendimiento desde la Ermita, bajando
por sus calles y desembocando en el corazón de Alicante.
El
Barrio de Santa Cruz acoge en su interior a la Ermita de Santa Cruz,
cuyo origen se remonta al siglo XVIII. Dentro se encuentra el
conjunto escultórico del Descendimiento. El primero que procesionó,
que fue completándose, poco a poco, con el paso de los años y que
culminó Don Jesús Méndez Lastrucci, bisnieto de Castillo. A este
Conjunto se uniría la obra de Ortega Bru, El Cristo de la Fe (1964).
La
Hermandad constituye un signo de identificación del barrio. Con
el paso de los años, el sueño se hizo realidad, se hace realidad. A
vista de pájaro, desde la Ermita de Santa Cruz hasta la Concatedral
de
San Nicolás, cada
miércoles
santo, se
visualiza un una corriente, una marea de luces, gentes, que acompaña
las imágenes de bajan a la ciudad para recibir el reconocimiento a
todo un año de trabajo, de ilusiones y esfuerzos. Es todo un Barrio
que se muestra, tal y como es, al resto de la ciudad.
Pero
ya es hoy, mejor dicho, ya es mañana. Ya hay que hablar sólo de la
procesion de 2014. Ya hay que pregonar no lo que fueron ayer, sino lo
que serán en el futuro próximo, cuando los calendarios nos avisen
que la Semana Santa ha llegado a nuestras calles y a nuestros
corazones.
Que
bien está la mirada al pasado porque todos somos hijos de un pasado
y porque ¡ay del que olvide el pasado porque no tendrá ni presente
ni futuro!, que bien está beber un poco del ayer usándolo como
trampolín para el mañana.
Ya
estamos en él. Y estamos en una Semana Santa más. Una Semana Santa
que, como las otras, levantará el mejor de los fervores. Una Semana
Santa que está a la vuelta de la esquina, dando cita a quienes
quieran gozar de ella e invitando a las golondrinas de una incipiente
primavera, para que hasta ellas llegue el acontecimiento más grande,
más trascendente que ha visto los siglos después de la creación:
La Redención del mundo a través de la muerte y resurrección de
Cristo.
Y
al centro de la vida de la ciudad, llegará, la procesión de Santa
Cruz, una Hermandad de todo un Barrio, que arropa 4 pasos que llaman
a rezar y a meditar, que la prepararán a una Buena Muerte.
Nos
separan pocos días para el gran drama y, Santa Cruz teje su corona
de espinas que entrega a María. La Madre empieza su andadura.
Madre
e hijo van abocados a encontrarse, van abocados a verse. Momento para
confrontar la fe y el amor de un Pueblo como este, repleto de duelos
entre moros y cristianos, de competiciones deportivas, de alegría y
música, que se abre y se cierra a la vez para ver el dolor de una
Madre y para saber del dolor de un Hijo.
Un
dolor más… y ya son siete. La profecía del viejo Simeón se ha
cumplido. ¡Ya no hay más que su dolor y sus espadas!
Ahí
están abuelos, padres e hijos; la historia de su vida se cuenta por
siglos.
Por
las calles de Diputado Auset, san Antonio, san Rafael suena un
murmullo de rezos, Vivas, aplausos y el repentino canto de una Saeta.
Es la gente que pasa y se para, mira y dice: -“mirad y decid, si
hay dolor como su dolor”-.
Y
ante la Mare de Déu dels Dolors, Santa Cruz canta al dolor, acompaña
en su dolor a Ella.
Siete
dolores tuvo la que nos trajo la salvación plena. Siete dolores de
parto para darnos la vida nueva.
Dios
no tiene otras manos que las nuestras para aliviar el sufrimiento de
nuestros días. Cristo doliente, desnudo de trabajo, de salud o de
libertad. El Cristo identificado con los vencidos de la historia, con
los ancianos castigados por la crueldad del olvido y la
insensibilidad de los demás.
Ya
está Cristo sólo porque nadie, ni siquiera las golondrinas dormidas
en esta tarde luminosa de Miércoles Santo, están aquí.
Y
amanece, y llega la hora nona, las tres de la tarde.
Sólo
María alza sus manos al cielo porque no quiere ni tocar el cuerpo
frío de su Hijo. Está sorprendida de tanto dolor. Está asustada
por el peso del cuerpo inerte de Cristo. Casi ni se atreve a mirarle.
Así
debió ser el Gólgota cuando Cristo fue descendido. Sólo ella y la
cruz como signo de contradicción.
Cristo
está en el sepulcro sin estrenar. Manos piadosas le ungieron y le
lavaron.
Bajo
los cielos de Palestina los murmullos van y vienen.
Se
rompió de arriba abajo el velo del Templo, tembló la tierra.
Van
y vienen mientras por vuestras calles pasa el grito del Cristo
Gitano. Ahora sí que todo está consumado.
Mirar
su cara es envidiar a Ortega Bru y ansiar unas manos capaces de crear
tanta belleza.
“No
me mueve, mi Dios, para quererte
el
cielo que me tienes prometido,
ni
me mueve el infierno tan temido,
para
dejar por eso de ofenderte.
Tú
me mueves, Señor; muéveme al verte
clavado
en una cruz y escarnecido;
muéveme
ver tu cuerpo tan herido,
muéveme
tus afrentas y tu muerte.
Muéveme,
en fin, tu amor, y en tal manera,
que
aunque no hubiera cielo, yo te amara,
Y
aunque no hubiera infierno, te temiera.
no
me tienes que dar porque te quiera,
pues
aunque lo que espero no esperara,
lo
mismo que te quiero te quisiera.”
Si
la Cara del Moro hablase. callaría para respetar el llanto de la
Dolorosa. Le quitaron el Hijo, le han dejado a cambio la soledad.
Está sola, auténticamente sola… y pasea por Alicante sola, y por
las calles de Alicante llora sola…
Importante
fue Betlhem. Importante fue que Cristo muriera. Pero muchos hombres
murieron, y siguen muriendo, con dolores parecidos. Lo importante, lo
realmente importante, es que Jesús después de muerto, resucitara.
Porque nada sería lo que es nada tendría la gloria que hoy tiene si
Cristo Jesús no hubiera resucitado.
Y
el Domingo de Pascua, la ciudad de Alicante y todo el orbe cristiano
se llenará de gozo y alegría. Y habrá un grito de Aleluya en el
aire de una Ciudad que, desde hace ocho días está enlutada, triste,
rezando y meditando.
Y
tras romper la aurora, es Pascua, nos vamos de mona y prepararemos la
Semana Santa para el año que viene.
Y
en el corazón de todos quedará una pequeña vela encendida de amor.
Y en el corazón de cada mujer y de cada hombre que hayan visto la
Procesión de Santa Cruz, quedará un reguero de amor a la vida que
no se olvidará jamás porque habrá visto el rostro humano de
Cristo, los ojos mismos que vieron enfermos y novios felices el día
de su boda en Canaán; los mismos labios que besaron a María su
Madre y a los niños y pronunciaron hermosas palabras tales como:
dichosos los pobres, los que sufren, los pacificadores…porque
habrán visto el rostro de un condenado a muerte que refleja todos
los rostros humanos más desfigurados, aquellos donde apenas puede
verse traza alguna de humanidad.
Los
más débiles, los marginados, los enfermos y desvalidos son hoy la
Santa Faz de Jesús, la auténtica y verdadera identidad de una
sociedad que intenta recuperar los verdaderos valores de Justicia,
Igualdad, Solidaridad.
La
Semana Santa ha terminado. Los que marcharon en busca de descanso
volverán y, aquellos que quisieron participar de nuestra Semana
Santa, regresarán a sus casas. Y Santa Cruz volverá a su vida de
siempre, volverá a vivir y a soñar.
Nada
nuevo dije, nada nuevo enseñé. Solo quise traer aquí mi amor de
nazareno, para ofrecerles lo mejor que tengo. Sólo quise ofrecerles
el pan de la amistad, el vino de la alegría, el dolor de Cristo y
las lágrimas de María.
Decirles
que un día recordarán que vieron su propia Semana Santa, que
participaron de la misma. Que un día, por haber caminado junto al
Gitano, el Criso de la Fe, puedan sentirse un poco mejores.
¡Ah!...¡Sí!...,
se me olvidaba. En los tiempos de la duda y de las desilusiones; de
la tecnología triunfante de Internet y de la espiritualidad
decreciente, Dios mantenga en el Barrio de Santa Cruz la devoción a
la Pasión y al sacrificio de Aquel Hijo de pobre carpintero que vino
a la vida en pañales humildes para luego ofrecerla –por amor de
los hombres- pendiente también de unos troncos de sencilla madera…
Por
el barrio desfilaron los tronos, sobre el cielo volaron golondrinas
y, sobre los tronos, sobre los nazarenos, los músicos, los tambores
y cornetas, sobre el canto de la saeta, sobre los que creen y sobre
los que no creen e incluso sobre Benacantil, está algo muy
importante. Y sobre vosotros y sobre todos nosotros…DIOS.
¡Ahora
sí que deben sonar interiores clarines de convocatoria y alerta!
¡Vecinos
de Santa Cruz; viajeros que llegáis por unas horas a ser huéspedes
de esta ciudad; gentes de toda condición, joven o madura, rica o
pobre, alegre o dolorida…!
¡Escolteu!...
En el nom de Déu i
de la segua Santíssima
Faç Divina,
i
de Santa Maria, de
Sant Joan Baptiste
i dels
Senyors
Sant Nicolau
i Sant Roc,
patróns
de Alacant,
faig saber:
Que
s’acosta, solemme, desitjada, miraculosa, la Setmana Santa que
congrega en carrers i places, en avingudes i passejos el sentiment
d’este noble Barri de la Santa Creu.
En
ella lucen sus honestas galas cosas tan simples como la cera que
fabrican con flor sencilla, las abejas; como la seda que hilan
gusanos insignificantes entre las verdes hojas; como el incienso en
mínimas ascuas al compás pendular de la liturgia. Como la madera
que de la sencillez de los pinares callados, pasa a trocarse en
expresión divina, en amargura maternal, de esta Semana Santa del
dolor sereno: de la fe auténtica del pueblo.
…Arriba,
las estrellas, limpias, claras, como joyas heladas en el azul
nocturno. Y, abajo, la propia Ciudad de Alicante hecha luz de
estrellas reverentes; de luces parpadeantes para acompañar el lento
avance de sus imágenes sagradas, reflejándose en las aguas del
Postiguet, como jamás maestro alguno podrá plasmarlo en un lienzo,
pues sus aguas por aquí se remansan para observar la Cara del Moro
que señala el camino del cielo. Y entonces, solamente entonces,
entonará el canto tradicional, hecho canto de Paz por el mismísimo
Pau Casals:
No
és hivern ni és estiu,
Sinó
què és primavera.
Vençuda
n’és la mort
Ja
néix la vida mia.
Emilio
Coloma Aracil